11 octubre 2011 por Douglas McEncroe · Desarrollo Personal
El día que murió Steve Jobs envié un correo electrónico a mi antiguo socio Tim O’Connor quien me había introducido en el mundo de los Macs allá por 1991 cuando ambos pusimos en marcha nuestra compañía. Llevaba alrededor de un año utilizando un ordenador mientras hacía un master y que utilizaba básicamente como una máquina de escribir. Nunca me sentí a gusto con aquel PC con el que estaba obligado a trabajar y que nunca entendí. Así que cuando tuve mi primer Mac era prácticamente un principiante y sin embargo me sentí como pez en el agua.
Antonio Caño, coresponsal para El País en Washington escribió recientemente que un cliente de Apple se convierte en seguida en un militante de Apple. Ésta es una gran verdad ya que hay algo en la filosofía de Mac con la que el usuario se identifica rápidamente. Quizás esto nos ocurra especialmente a aquellos de nosotros que, como Steve Jobs, crecimos en la década de los 60 porque, frente al mundo serio y gris del PC, los Macs representaban una visión casi hippie del mundo, más intuitiva, artística, divertida y dispuesta a ser diferente. Desde el principio, hubo algo intrínsicamente humano en un Mac que a mí me resultaba atractivo al instante. Pero también era una herramienta muy eficiente porque facilitaba enormemente la tarea de trabajar con un ordenador.
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Recientemente recibí feedback sobre algunos aspectos de una intervención que realicé para un cliente. Decían que una parte de la intervención no llegaba a conseguir la reacción que ellos buscaban de los participantes. Una semana más tarde, lo más interesante para mí fue analizar mi propia reacción y el impacto que ésta puede tener sobre mi habilidad para añadir valor.
Con respecto al feedback, es cierto que la muestra no fue muy representativa, es decir, que solo un 12% de los participantes había contestado la encuesta. También es cierto que lo que les gusta a los participantes en un curso no es siempre lo que más les conviene. Al menos mi primera reacción fue agarrarme a estas dos observaciones.
Pero al reflexionar, con la ventaja que da el paso del tiempo, lo más interesante de mi reacción fueron los pensamientos que pasaron por mi cabeza y las emociones que me produjo:
¿No es muy pequeña la muestra para sacar estas conclusiones? Rabia.
¿No entienden lo que realmente necesitan? Arrogancia.
¿No aprecian una metodología realmente profunda? Soberbia.
¿No entienden lo que estoy intentando conseguir para ellos? Incomprensión.
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21 julio 2011 por Douglas McEncroe · Liderazgo
Hace un tiempo, una amiga mía que intentaba emigrar al país de su marido tuvo que pasar por un largo proceso para demostrar que su matrimonio era real, que de hecho tenía una relación de amor. En otras palabras, hacer ver que ella y su marido se querían.
¿Cómo se lograr eso? Puedes conseguir que amigos tuyos declaren que os amáis y se pueden hacer todo tipo de trucos increíbles con fotografías de una persona con otra en cualquier lugar y en las poses más románticas. Pero, ¿cómo demuestras de verdad que amas a alguien? Esto me recuerda a la película protagonizada por Jodie Foster y Matthew McConaughey, “Contact”, en la que ella es una científica que se introduce en el mundo de la ciencia inspirada por su padre, con quien había mantenido una relación excepcionalmente estrecha y que había muerto cuando ella era muy joven. El papel de McConaughey es el de un ministro religioso. La relación amorosa era problemática ya que ella no podía comprender su fe porque no existía una prueba empírica que confirmara la existencia de Dios. En una escena magnífica se produce el siguiente diálogo:
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Ayer, mi amigo y gurú de Internet Miguel Lucas, me habló durante una conversación sobre un interesante cuestionario cuyo objetivo consiste en identificar los puntos fuertes de una persona de forma que pueda aprovecharlos. Como afirma el creador del cuestionario, Tom Rath, identificar los puntos fuertes y apoyarse en ellos aporta muchos más beneficios que identificar los fallos e invertir el tan preciado tiempo en corregirlos.
Esto me recuerda lo que Peter Drucker solía decir a sus clientes, que básicamente tenían dos posibilidades: trabajar para mejorar los que había identificado como sus puntos débiles y, en ese caso, tras años de trabajo llegar algún día a ser mediocres, o podían centrarse en mejorar aquello en lo que eran buenos y trabajar sobre ello, un esfuerzo que quizás podría llevarles al ser los líderes en su campo.
Myers Briggs
Otro ejemplo de esta estrategia es Isabel Myers, que durante cuarenta años trabajó sin descanso para diseñar un cuestionario basado en la teoría de Carl Jung con la idea de ayudar a la gente a conocer cuáles eran sus preferencias naturales de forma que pudieran elegir sus empleos de acuerdo a ellas, logrando probablemente unas carreras profesionales más satisfactorias y una vida más feliz.
19 mayo 2011 por Douglas McEncroe · Liderazgo
Con la crisis económica y en un mundo globalizado, el nivel de complicación de la gestión ha aumentado exponencialmente. Según mi experiencia, la gran mayoría de los directivos se sienten más cómodos tomando decisiones cuando tienen datos sólidos que les respalden. Pero hoy, la obtención de esos datos es cada vez más difícil.
La intuición, una herramienta de gestión válida
En la página web de la CNN puede leerse hoy un gran artículo sobre el éxito de las tiendas Apple. El autor señala que hace diez años, cuando Apple anunció que iba a lanzar un gran proyecto en el sector minorista, todos los “expertos” dijeron que estaban locos. Años después, como fan de Apple, nada me hace más feliz que ver a Steve Jobs marcando otro gol. Pero lo interesante de esta historia es que si hubieran basado su decisión en datos puros y duros, nunca hubieran abierto su primera tienda.
Y vaya si ha sido un éxito. Diez años después del lanzamiento del proyecto, tienen 317 tiendas en todo el mundo que generan unas ganancias anuales de 3.200 millones de dólares, una cifra que representa el 13% de las ventas totales de Apple. No está mal para una idea loca.
Y no sólo eso. Apple ha conseguido un mayor control de la experiencia del consumidor, un gran aliciente para alguien como Steve Jobs, pero también un buen negocio; el impecable diseño de las tiendas ha hecho el resto, aumentando aún más si cabe la fuerza de la marca.
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8 mayo 2011 por Douglas McEncroe · Liderazgo
La semana pasada estuve fuera de casa impartiendo un programa en la ciudad de Estocolmo. Durante los dos últimos años mi esposa y yo hemos conseguido que las distancias sean más cortas a través de Skype, que nos permite vernos mientras hablamos. Sin embargo, mis dos hijas pequeñas no habían logrado reconocer a su papá a pesar de que estaba justo delante de ellas.
24 marzo 2011 por Douglas McEncroe · Liderazgo
Siguiendo las operaciones de la coalición en Libia y la avalancha de críticas que les caen encima me he puesto a pensar en lo fácil que es lanzar críticas. Con respecto a la coalición escuchamos las siguientes:
- Deberían haber intervenido antes.
- No deberían haber intervenido.
- Tienen que ser más claros sobre sus objetivos.
- No deberían desvelar sus objetivos.
- Deberían bombardear a las tropas de Gadafi y eliminar sus carros de combate.
- Sólo deberían aplicar el “No Fly Zone”, atacando si acaso sólo los aviones de Gadafi.
- No deberían bombardear.
- Deberían negociar con Gadafi.
- Con Gadafi no se debería ni hablar.
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15 marzo 2011 por Douglas McEncroe · Liderazgo
Es imposible ver las imágenes que se emiten desde Japón estos últimos días sin sentirse conmovido. ¿Cómo puede un país retomar la vida después de tal destrucción? ¿Quién podría creer en el futuro?
Y, sin embargo, lo que observo en la reacción del pueblo japonés sólo me hace sentir optimismo por su futuro. Primero, un gobierno que es abierto y transparente con la información, incluso con una situación tan delicada como la de la central nuclear. Además, nadie se queda con los brazos cruzados, todo el país se lanza a la acción. También me impresiona el estoicismo de la gente que con tranquilidad y tenacidad se enfrentan a la situación. Y, finalmente, la generosidad: más de un millón de personas trabajando como voluntarios para ayudar a los demás, incluso la mafia local “Yakuza” ha contribuido en la distribución de comida.
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7 marzo 2011 por Douglas McEncroe · Liderazgo
Hace algunos años participé en un genial programa en la Universidad de Harvard que se tituló, “El Arte y Práctica del Desarrollo de Liderazgo”. Una de las sesiones que más me recuerdo fue cuando vino una mujer, Nancy Houfek que, entre otras actividades trabajó en el teatro. Ella impartió la sesión sobre cómo contar historias, una sesión que no olvidaré jamás.
Lo que hizo ella fue coger un participante que tenía una pequeña historia de lo más normal, este hombre había escapado una noche de Harvard para volver a su casa donde su hermana y su cuñado que habitaba en Inglaterra estaba de visita. En casa tenía sus dos pequeños niños que no había visto en cinco días. La historia consistía en relatar la reacción de los niños a la visita sorpresa de su papa, el baño y el dialogo entre los niños y su él.
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25 febrero 2011 por Douglas McEncroe · Liderazgo
Me ha llamado mucho la atención ver la reacción de Gadafi estos últimos días en Libia. No me cabe duda de que acabará cayendo, pero se resiste al destino. Que un dictador no se marche de primeras no me sorprende, pero que un líder esté dispuesto a dejar destruir su país en una guerra civil antes de abandonar el poder es una prueba clara de que lo único que le interesa es él mismo. Para esta gente el país existe sólo para sus intereses y si estos se van a ver perjudicados, entonces da igual que el país se derrumbe.
También hay dictadores en las empresas
Por desgracia, lo de ser dictador no se limita únicamente al mundo de la política. Durante los años que he intervenido en empresas he comprobado cómo algunos Consejeros Delegados han hecho de su empresa su reino. Se rodean de matones que comparten los beneficios de sus patrones, igual que Gadafi se rodea ahora de mercenarios o de su Guardia Pretoriana. Lo que hacen estos tipos es seguir sus intereses y normalmente de una manera muy hábil, pero el problema es que casi nunca sus intereses coinciden con los de la empresa. Al final casi siempre caen, pero durante los años que reinan, complican la vida a todos aquellos directivos que quieren ejercer un liderazgo honesto que sirve a las necesidades reales de la empresa.
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